EL HÁBITO RELIGIOSO

 

Introducción 

Sobre este asunto, la normativa actual de la Iglesia dice: “Los religiosos deben llevar el hábito de su instituto, hecho de acuerdo con la norma del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de pobreza” (Canon 669). Este breve texto canónico da  respuestas a las frecuentes preguntas que los laicos hacen a los religiosos: ¿Por qué usan hábito? ¿Por qué todos visten igual?; siempre con lo mismo como si no tuvieran otra ropa. ¿Qué significado tiene el hábito? 

El Derecho Canónico de la Iglesia Católica, después de marcar para los religiosos la obligación de usar hábito, hace notar la doble finalidad de su uso.

En primer lugar, el hábito es un signo de consagración a Dios. Y un signo, para que cumpla su función, ha de ser visible y claro, de tal manera que nos dé a entender la realidad que está detrás o más allá de él. Por lo tanto, una persona con hábito religioso, a simple vista y con sólo su presencia, evoca a Dios y su primacía en la vida del hombre; porque aunque no siempre somos conscientes de esta verdad, todos le pertenecemos a Él por ser nuestro Dios y Señor, nuestro Creador y Redentor. Él mismo nos ha consagrado para sí mediante el bautismo. Las personas consagradas mediante una vocación específica,  lo que pretenden es llevar a la radicalidad la misma consagración bautismal y nos recuerdan, con el signo del hábito, que pertenecemos por completo a Dios.

 

 

 

 

 

En segundo lugar, el canon arriba citado afirma que el hábito es un testimonio de pobreza. Y así es en realidad, en medio de la actual sociedad consumista, donde la mayoría de las personas invierten no pocos recursos -energía, tiempo y dinero- en  el afán de vestirse; mayormente aquellas a quienes les gusta lucir al máximo su apariencia externa y andar a la moda. 

Un religioso, puede y debe andar presentable y dignamente arreglado, con tal de que mantenga un estilo de sencillez y pobreza, opuesto al desequilibrio de la vanidad y el lujo. El religioso fiel a su compromiso, no tiene que preocuparse de cómo se vestirá cada día de la semana, qué “moda le acomoda”, cómo combinará la mucha o poca ropa que tiene o, en fin: qué accesorios o maquillajes le cuadran para cada ocasión. Este hecho da a su vida un toque especial de sencillez y de libertad que le ayuda a estar disponible para el servicio a los demás y favorece la igualdad entre los miembros de la familia religiosa, (independientemente del estrato social del que procede cada uno), donde no existen los ricos que visten lujosamente, mientras los pobres no tienen con qué comprarse ni lo indispensable. Este hermoso ideal es tangible, palpable, cuando todos los miembros de una comunidad viven con gozo el compromiso adquirido el día de su consagración mediante los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Los hábitos religiosos antes del Concilio Vaticano II (1962-1965), en su mayoría eran más complejos que los actuales, pero uno de los aspectos que el mismo Concilio en su decreto “Perfectae Caritatis” pidió a los religiosos que renovaran, fue precisamente éste del hábito, diciendo: “El hábito religioso, como signo que es de la consagración, sea sencillo y modesto, pobre a la par que decente, que se adapte también a las exigencias de la salud y a las circunstancias de tiempo y lugar y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito, tanto de hombres como de mujeres, que no se ajuste a estas normas, debe ser modificado”. (PC 17)

 

 

 

Es esta la razón por la que muchas Congregaciones han modificado su hábito, haciéndolo más funcional y sencillo, de tal manera que los religiosos puedan portarlo de manera cotidiana, no sólo en ceremonias litúrgicas extraordinarias. Pero, aun así, con frecuencia no se usa, ya que en México arrastramos todavía las secuelas de la persecución contra la Iglesia, de varias décadas del siglo pasado, cuando se prohibía el uso público de sotana y de hábito; (“pasó la tifo y se nos quedó la idea”). Así que las Congregaciones, sobre todo las de vida activa, a diferencia de las de vida contemplativa (las monjas), se inventaron vestidos o uniformes (muy distintos a los hábitos) para usar en la calle y en los lugares públicos donde ejercían su apostolado. Esta costumbre se ha arrastrado hasta nuestros días, aun cuando ya existe mayor libertad religiosa en nuestro País.

 

 

 

 

 

 

 

El hábito de las MSCGpe

El hábito religioso y particularmente del hábito de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de Santa María de Guadalupe, tiene también su propia historia; veamos los momentos más significativos en la historia de nuestro hábito y sus transformaciones hasta el momento actual.

Nuestra Madre Fundadora, la Sierva de Dios María Amada, no esperó a que la Obra contara “con todas las de la ley” para enseñar a sus religiosas la vivencia de su consagración  con la misma seriedad y formalidad que si tuvieran la aprobación eclesiástica, pues la alianza se hace  con Dios. Además la Iglesia no podía aprobarlas sólo por presentar hermosas Constituciones, sino por la experiencia de vivir esa norma de vida como camino de santidad en el seguimiento de Cristo.

Por eso, ya desde 1933, la primera generación de hermanas que inició la etapa formativa del noviciado, usó hábito, aunque muy sencillo, pues consistía en un vestido o túnica negra  hasta los tobillos, una capa también negra y corta, hasta media espalda; un velo sencillo, un crucifijo colgado al cuello con una cadena y un Rosario que colgaban del cinturón. Tener hábito en esta etapa era muy importante para las hermanas, pues en la mayoría de  las Congregaciones, el hábito se recibía en la ceremonia de inicio del noviciado, a la cual se le daba mucha relevancia; tanto que las hermanas entraban a la capilla vestidas de novia, con todo el atuendo de una boda, y  salían convertidas en devotas novicias con el hábito religioso. De hecho, al referirse a la fecha de este acontecimiento se mencionaba como “la toma de hábito”, y no: “el inicio de noviciado”. Después del Concilio esta costumbre cayó en desuso, ya que el hábito se recibe hasta el momento de la profesión religiosa, que es cuando realmente se hace un compromiso formal ante la Iglesia al pronunciar los votos.

 

 

 

El 28 de junio de 1935, las primeras 28 hermanas que hicieron su profesión religiosa al terminar su noviciado, estrenaron un hábito más formal, pues además de la túnica negra, llevaba un escapulario del mismo color y tamaño; y sobre éste lucía, al centro, a la altura del pecho, una corona de espinas bordada en color blanco, en medio de la cual resaltaba el monograma: JHS, que significa en sus orígenes: Jesús Hombre Salvador; aunque también se ha interpretado: Jesús Hostia Santa. Estas letras remataban en una corona y en la parte inferior tenían un corazón. Además este hábito ya incluyó toca y velo doble. La toca es una especie de gorrito que cubre la cabeza, parte de las mejillas y el cuello, hecho de lino y sobre el cual se sujeta el velo. 

 

 

 

 

 

 

A principios de 1940, se cambió el hábito por otro con túnica de lana, hasta los tobillos, color crema, con pliegues o pastelones bien señalados y mangas anchas. La túnica se recogía con un cinturón de tela de paño color guinda, del cual pendía del lado izquierdo una banda de ocho o diez centímetros de ancha, del mismo color del cinturón; y del lado derecho sujetaban el rosario negro de quince misterios y cuentas grandes. Para la cabeza era un tocado más elaborado que el del hábito anterior y dos velos: un largo para las ceremonias litúrgicas y la adoración al Santísimo y otro corto para usarlo durante el día. Sobre el escapulario beige como la túnica y de la misma altura, llevaban un escudo bordado a mano, con el siguiente simbolismo: un corazón rodeado en llamas y rayos, con los signos de la Pasión de Nuestro Señor, como son: la cruz, las espinas y la herida y gotas de sangre; además una corona sobre el corazón. Alrededor de este simbolismo, en forma de círculo, tenía la inscripción: Corazón de Jesús Venga a nos Tu Reino. Además, dicho hábito llevaba una elegante capa también de lana, color guinda, que caía hasta la altura de la túnica.

Hacia 1944, en el escudo, el tamaño del corazón, que era algo abultado, se redujo de 9 cm a sólo 3 o 4, en un bordado sencillo; y las palabras que rodean el escudo se cambiaron al latín: SISTE COR IESU MECUM EST, en la parte superior; y abajo: COR IESU, VENI REGNA. Diez años más tarde, el cinturón que era de tela se cambió por uno de piel.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este hábito sufrirá posteriormente algunas modificaciones sólo en detalles secundarios, conservando su estilo hasta los años setenta. Con  el aggiornamento postconciliar (adaptación, actualización, puesta al día…), en 1971, se transformó el hábito de manera significativa para hacerlo sencillo y funcional, a la vez que modesto, como lo pedían las normas. Los cambios fueron: túnica de talle y falda con dos tablones al frente y atrás, tela del mismo color que el de antes pero más sencilla y económica; reducción en las medidas (unos 10 centímetros arriba del tobillo, mangas normales), sin toca, sólo un velo. Sobre la túnica medio escapulario ceñido a la cintura y  con un cuello blanco. Sobre el escapulario, a la altura del pecho seguirá plasmándose el mismo escudo, pero ahora con la inscripción en español: AMOR Y REPARACIÓN. CORAZÓN DE JESÚS VEN Y REINA.

 

 

 

 

 

Finalmente, la última modificación se hizo en el Capítulo General Ordinario del año  2005. En general, se conservó en estilo, sólo se le hicieron cambios en el diseño: túnica simple sin tablones, escapulario completo y ligeramente ceñido a cintura. El escudo se conserva igual, bordado a mano. 

 

 

 

 

Escudo del hábito

Como ya mencionamos, desde el año de 1940, las MSCGpe, llevamos en el hábito un escudo con el símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, que hasta la fecha se conserva lo esencial, pues los cambios que se le han hecho son secundarios.

El escudo de nuestro hábito religioso expresa, a través del lema y de todo su simbolismo, una síntesis del carisma y espiritualidad de nuestra Congregación, y por consiguiente el de cada una de sus religiosas. Está conformado por un corazón bordado en tonos de rojo, el cual lleva una herida abierta, de la que brotan 3 gotas de sangre; el corazón tiene a su alrededor una corona de espinas; de la parte superior del mismo, brotan llamas de fuego; sobre las llamas resalta una cruz y sobre ella se encuentra una corona real; del corazón se desprenden rayos de luz. Alrededor tiene bordado el lema: Corazón de Jesús, ven y reina; amor y reparación. 

 

 

A continuación se explican cada uno de los elementos que lo conforman:

·       Corazón: Símbolo universal del amor, que en este caso, el de Dios es el culmen del amor divino y humano. “Grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu lazo, porque el amor es fuerte como la muerte; inflexibles como el abismo son los celos. Sus flechas son flechas de fuego, sus llamas, llamas del Señor.” (Cantar de los cantares 8, 6)

·       Llaga: Significa, en frase de San Agustín, que el Divino Corazón ha querido permanecer abierto para servirnos de refugio en la vida y en la hora de la muerte.

·       Gotas de sangre: expresan la entrega del Salvador, completa y absoluta, que no escatimó ni una gota de su sangre por salvarnos. “Uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.” (Jn. 19, 34)

·       Corona de Espinas: Simboliza la humillación de que fue objeto por nuestro amor y nos invita a imitarlo en su vida de humildad, abnegación y sacrificio. “Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo.” (Jn. 19, 2)

·       Llamas de fuego: Representa el fuego de su infinito amor, con el que anhela abrazar el corazón de los todos hombres. “Fuego he venido a traer al mundo y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc. 12, 49).

·       Cruz: fue el instrumento por el cual Cristo nos redimió, prueba del gran amor que le movió a sufrir por nosotros, muriendo en ella para redimirnos; y nos invita a cargar con nuestra propia cruz a ejemplo suyo. “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” (Mt. 16, 24)

·       Corona: Nos habla de la realeza universal de Jesucristo y que simboliza el reinado del Corazón de Jesús Reina en nuestros corazones y en el mundo entero. “Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». Pilato le dijo: “« ¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz»”. (Jn. 18, 36-37)

·       Rayos de luz: Representan la luz que despide el Corazón de Jesús y que iluminan nuestra vida. “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn. 8, 14); Nos pide que sigamos sus huellas y también nosotros seamos luz con nuestra forma de vivir: «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos  los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. (Mt. 5, 14-16)

 

FaLang translation system by Faboba